sábado, 10 de abril de 2010

Respuesta / Propuesta

(Respuesta a este interesante post)

Héctor,

limitar las funciones del voto a la elección de un programa es limitar su alcance real y dar la espalda a la realidad política (entiendo que lo planteas desde el "deber ser", pero tampoco estoy seguro de que sea un "deber ser" muy acertado).

En un sistema como el español, en que los diputados no cuentan con mandato imperativo y se elige mediante listas cerradas, la responsabilidad ha de ser por fuerza solidaria, y ha de extenderse a toda la lista en que está el individuo responsable. No hay otra que castigar al conjunto por las acciones de sus miembros (especialmente si el partido en cuestión insiste en conservarlos en sus filas). El voto actúa también como mecanismo corrector, y no creo que se deba minusvalorar este papel.

Fías demasiada fe en la justicia y el valor de una sentencia, en mi opinión. Los casos de corrupción no siempre van a poder ser juzgados y condenados ante los tribunales, ya sea por los privilegios parlamentarios, que retrasan el proceso; por nuestro sistema de garantías, al que no queremos renunciar, o simplemente porque lo que el político ha cometido no es delito -al no estar todavía tipificado como tal-, sino percibido como "inmoral" por sus votantes. Recalco lo de "percibido" porque creo que, en los casos de corrupción, tan importante como el delito cometido es la imagen que se transmite: "la mujer del César no sólo tiene que ser honrada, sino parecerlo".

Privar del voto es un mecanismo útil y legítimo para "castigar" lo que el Derecho no puede castigar. En Derecho tenemos la presunción de inocencia; en política, la de culpabilidad, y me parece correcto establecer unos estándares morales más altos para el que nos representa que para nosotros mismos. No por idealismo, sino como pragmatismo, para hacer más efectivo el mecanismo corrector: en democracia los líderes políticos no van a ser más honestos, benevolentes y desinteresados que en dictadura, pero deben temer por la opinión pública. Una ventaja decisiva de un sistema a veces tan ineficiente como la democracia.

Un programa de partido sin un desarrollo político es letra muerta; por eso no estoy de acuerdo en desvincular el Programa -ideal rara vez alcanzable y menos aún leído por el votante, y no digo que sin razón- de aquellos que efectivamente han de llevarlo a cabo, y su actuación. Todo acto de corrupción deja al descubierto un fallo sistémico; de acuerdo. Pero ante la improbabilidad de que cualquier partido con opciones reales de gobernar desarrolle un programa con el fin de ir solucionando estos fallos según vayan emergiendo, la democracia ofrece un atajo al ciudadano, un parche: expulsar al corrupto de su cargo, al margen de la vía penal.

¿Por qué es improbable que los partidos desarrollen programas de obligado cumplimiento y carácter más ideológico o preciso? En primer lugar, sería contrario a sus intereses el atarse las manos de esa manera, y los partidos son -sorpresa- actores racionales que buscan maximizar su beneficio. Pueden equivocarse, qué duda cabe, pero no de una manera tan flagrante sobre cuáles son sus auténticos intereses. Si existiese una amplia demanda ciudadana en ese sentido, tal vez... Creo, sin embargo, que no costará conceder que no, que no son ese tipo de exigencias las que movilizan al grueso electorado.

En segundo lugar porque, como dice José Luis (y tú mismo admites al ironizar sobre ese "conservadurismo socialdemócrata"), los grandes partidos se mueven en torno al centro político, y, guste o no, los programas coinciden en lo esencial; el voto, por tanto, rara vez es decididamente ideológico, y los matices cobran relevancia; no es insensato un voto pragmático y personalista, ni es tan realista un voto meramente ideológico, desapegado de terrenales pasiones como la afinidad o la apariencia -no sólo física; de honradez, de profesionalidad, de seriedad.

Las democracias europeas de postguerra se han fundado sobre ese "consenso socialdemócrata"; las posiciones apenas se han modificado tras las crisis de los 70, y una vez pasada la breve erupción ideologizadora que supusieron la ofensiva ¿neo?liberal y el experimento de la Tercera Vía: ambos fueron más una retórica que una práctica auténticamente rompedora, dejando claro cuáles eran los límites que no se iban a traspasar. Esta desideologización tiene un sentido histórico claro -evitar la conflictividad política del periodo de entreguerras-, pero tiene difícil vuelta atrás.

Segundo, quiero romper una lanza por el forofismo sin ser malinterpretado. Creo que es un lugar común posmoderno, pero hasta cierto punto acertado, aquello del "homo videns" de Sartori, y creo que a nadie se le habrá escapado que, en prácticamente cualquier democracia occidental actual, el Programa ha sido progresivamente sustituido por la imagen, la Marca (del Líder, de valores difusos o retóricos como el Cambio, etc.). No digo que haya desaparecido; digo que ha pasado a un plano algo más secundario.

Claro que es forofismo el que la prensa de izquierdas llame a no votar al partido de la derecha y a recalcar los escándalos del partido ajeno; el problema (para ellos) es que también funciona al revés, y me remito al sainete de los "100 años de honradez" con que nos deleitaron a principios de los 90. Basta ya también de excepcionalismo cainita; la democracia es también ese forofismo; eso es lo que mueve al votante convencido y hace que el simpatizante se quede en casa el día de las elecciones, y es parte legítima, aunque ruidosa y admisiblemente sucia, del juego político.

La imagen de la democracia como paradigmas en competición es correcta, pero simplificadora, como toda teoría a escala macro; estamos obviando el juego de percepciones, afinidades e identificación que mueve la política diaria y a escala micro. Móvamonos en el "ser"(ya de por sí bastante discutido y discutible), planteando "deber ser" menos ambiciosos; en mi opinión, tu propuesta de ciudadano ideal, tomada al pie de la letra, es algo adanista; la de reideologizar la política, aunque interesante, también tiene riesgos que convendría analizar más cuidadosamente antes de ponerse manos a la obra.

Saludos,