miércoles, 16 de junio de 2010

Antirrenazentistas mandan

-Ke pasa, krew...

El Kostras se acercó al grupo de canes y humanos que tocaba el flautín a la sombra porticada de la plaza de la Signoria.

-Bua, xabal, se han llebado hal Sabonarola, no beas ke palo...
-Total, por kemar las tiendas de unos teutones ke serbian una kosa ke se yaman hanburguesas...
-Malditos fatxas xegofobos inperialistas ke kieren akabar kon nuestra kultura multikultural...
-Sí, ke palo...

Sentados en las escaleras de la catedral, se detuvieron a reflexionar en la injusticia de que había sido víctima Savonarola.

-Mirar, xabales, ke buba me ha salido en la axila...
-¿A ber, a ber?
-¡Ke asko!
-Je, je, mola...
-Eh, Jokin, pásate la litrona de chianti Don Simeone, ¿no?

Tras derramar medio barril sobre su jubón de cuero brillante con tachuelas, el Kostras comenzó a idear una estrategia.

-¿Pero bamos a azer una manifa, no?
-Si klaro, ya emos abisado a la peña del Zentro Kultural Antirrenazentista y otros dos kolektibos autojestionados, hel gremio de bendedores kallejeros de zerbeza tibia y el de mimos anbulantes se han asolidarizado kon nosotros.
-Esos son unos refor de mierda... kagaos...
-El lema de la manifa ba a ser "Otra Edad Media es posible. Savonarolak Presoak Askatu y Antirrenazentistas mandan". Bamos a leer un manifiesto pidiendo ke se zierre la ruta kon las Indias, ke jenera un interkanbio desigual ke enpobrece a los pueblos del mundo y a los hartesanos de aki y benefizia solo a los bankeros y los portugeses inperialistas, ke se dedike un 0,7 a ayuda al desarrollo ha los puheblos pobres del Norte de Europa, marjinados por el Renazimiento, y ke otro mundo es posible...
-¿Y la legalización de las especias duras pa kuando? Ah, hi hemos exo jubones ke dizen: Sabonarola bibistes y moristes luxando.
-Será delante de Los Uffizzi ke se han reunido los zerdos de los Medici, el Papa, el Sacro Enperador Romano Germánico, el rey Kristianísimo y los Katólikos. Emos preparado otros karteles ke dizen "Isabel y Fernando Jenozidas libertad xa el puevlo granadino" y "Volveros a Kovadonga".

Jokin se levantó sonriente y se dio la vuelta, mostrando la parte de atrás de su camisa:

-Y yo me e kosido este lema de design kon kalaberas ke dize "Keremos ke la Tierra buelba a ser plana. No a las Indias. Sífilis go home."
-Kolon facista...
-Luego íbamos a poner unas frases de Joakin de Fiore sobre la konstrukzión de la Jerusalén Zeleste, pero...
-El Joakin es un mierdas, xabales. Nostradamus, ese si ke tiene un par y da donde duele. Tenéis ke leerle; si no habéis leído al Nostradamus, no podéis entender el mundo...
-Bueno, pero Joakin...
-Ni Joakin ni poyas.

El Kostras empezó a acariciar a su lebrel tuerto. De pronto Jokin, sobresaltado, señaló algo al otro extremo de la plaza:

-¡Kuidao, xabales, ke bienen Makiavelo y su krew!
-¡Putos Boneheads!

Maquiavelo les hizo un calvo, pero no se atrevió a entrar en la plaza, desapareciendo rápidamente mientras gritaba:

-¡Veréis kuando os entremos kon la Razón de Estado, warros! ¡¡¡OS BAMOS A KRUJIR!!!
-A la mierda kon este régimen republikano oligárkico. ¡¡¡SHARPeros anarko-feudalistas sienpre!!!
-Buf, ke asko de peña estatista. Putos Boneheads. Trae la litrona de bino del Ródano, xabal. Pero sin aguar.
-¿Oye, Jokin, as bisto la última de Da Vinci?
-Ke dizes, yo no beo esa mierda komerzial. Yo solo beo Fra Anjeliko, ¿te enteras? Ese si sabía pintar. Bibía al límite, xabal. Era un Dios.
-¿Y este berano bamos al konzierto de Karlo Gesualdo en el Viña, no?
-Pfff... su último madrigal fue huna mierda... Además, el mulo komunal del Pirrakas hesta en el tayer autojestionado. ¿Ke azes, Kostras?
-Ye, esperar un momento ke e bisto a un kolega por ayi...

Acodado contra una esquina, Hassan el Turco miraba ansiosamente calle arriba, calle abajo, listo para correr en cuanto apareciera un alguacil.

-Traigo un poco de pimienta pura, pura; traída por un mercader portugués de las islas de las Especias. 20 maravedíes el gramo.
-Buan, xabal, no sé... el Pitu la bende por 15 maravedíes...
-Una mierda la bende a 15, soplapoyas. Benga, ¿kieres el gramo o ke?
-Bale, tronko, de trankis, de trankis... A ber... 5, 10, 15... aki tienes 18 maravedises.
-¿Tengo kara de gilipoyas, xabal?
-Te lo doy la próxima bez.
-¿Estás de koña?
-¡Ke si, ke si, joder, ke te lo juro por mis muertos!

Hassan suspiró fuertemente.
-Está bien. Pero komo la proxima bez no tengas mis dos marabedies... te boy a korrer a ostias. ¿Estamos?
-Estamos, estamos, Hassan. Va, trae la pimienta...
-¡Dos maravedises! ¡No kiero exkusas!

El Kostras volvió tranquilamente a la escalera, preparó su pimienta, y gimió...

-Si es lo ke yo dezía... en la Baja Edad Media vivíamos mejor...

martes, 1 de junio de 2010

Medio año de lecturas

1. Carta de Lord Chandos, Hugo von Hoffmansthal

"O sobre la condición inefable de la realidad". Pues, como decíamos ayer, Huguito de Hoffmansthal es un pesado de marca mayor, e incurre en esa gran ironía de escribir para comunicarnos, oh lectores, por qué es absurdo escribir. Porque la Realidad es cambiante, flotante, y el arte no puede aspirar a capturarla, etc, etc. Pero lejos de la elegancia de un pintor de mundos flotantes japonés, vemos aquí en acción su característico estilo pedantesco y arcaizante, impostando la voz de un noble inglés del siglo XVI/XVII que se cartea con Francis Bacon. No, definitivamente no.

Eso sí, al menos es breve.


2. La pell freda, Albert Sánchez-Piñol

Novela de aventuras, digamos... "juvenil". Se lee de un tirón, se lee con ganas, se olvida rápidamente. Un revolucionario irlandés se exilia en una isla desierta en algún lugar del Atlántico Sur. Convive con un farero demente, Batís Caffó, y tendrán que aprender a convivir para enfrentarse a un inesperado -y algo cutre- peligro. Hay escenas lamentables de sexo interespecial, intriga y reflexiones filosóficas algo costrosas. Final inevitablemente insatisfactorio como -dicen los que entienden- el de Lost. Para pasar el rato.


3. Los justos, Albert Camus

Interesante obra de teatro camusiana sobre una célula terrorista en la Rusia prerrevolucionaria que debe atentar contra la vida del Gran Duque. Camus pone en juego personajes más o menos convincentes enfrentándose al dilema supremo de matar o morir por una Idea. Bien escrita, sin resultar moralista, merece una revisión.


4. Decamerón, Boccaccio

Bueno, por algo se llama clásicos a los clásicos, ¿no? En la Florencia azotada por la peste, diez jóvenes nobles -siete mujeres, tres hombres- se retiran escapando de la fealdad, la muerte y el asco. Durante diez días, contarán cuentos a la sombra de los árboles. Cien cuentos, por lo tanto, algunos más interesantes, otros menos; algunos puro estereotipo, otros insospechadamente modernos. Para el que no la haya visto, la película de Pasolini recoge diez de ellos en una delicia hedonista, ejemplo de cómo adaptar un texto clásico. Ejemplo de cómo no hacerlo: el infumable "Romance de Astrea y Celadón" de Eric Rohmer.



La horrible música setentera no consta en el original


5. España invertebrada, Ortega y Gasset

Ufff... qué decir de esta obra. Empezando por el estilo, pedante y retórico hasta decir basta -¡y miren quién lo afirma!-, La España invertebrada es el confuso batiburrillo del pensamiento político de Ortega y Gasset. Su notoria empanada mental le llevó a ser simultáneamente "liberal" anti-individualista, socialista de salón, mentor intelectual de las juventudes fascistas españolas y nacionalista enemigo de los nacionalismos. Todo ello apunta ya en este temprano ensayo (1921), plagado de incoherencias, teorías absurdas -el "problema español" se retrotrae nada menos que a tiempos de los visigodos- y, naturalmente, su nunca suficientemente ponderada teoría elitista y "orgánica" de las sociedades, panacea para todo mal. Por cierto, ¿de qué me sonará eso de "democracia orgánica"? Ah, ya caigo...

Si Ortega y Gasset viviese hoy, tendría un blog.

Citas: Porque no existe otro medio de purificación y mejoramiento étnicos que ese instrumento de una voluntad operando selectivamente. Usando de ella como un cincel, hay que ponerse a forjar un nuevo tipo de hombre español. No basta con mejoras políticas: es imprescindible una labor mucho más profunda que produzca el afinamiento de la raza.

Delicioso, delicioso.

6. / 7. Mente y materia y Ciencia y Humanismo, Erwin Schrödinger

Otro petardeo. Salvo cuando habla de lo que sabe -principio de incertidumbre, la "nueva física"- Schrödinger no hace sino mear fuera de diversos tiestos, a cada cual más lejos, cual varonil proeza de bar. La teoría de la evolución "voluntarista" de Uexküll, ampliamente desacreditada -y de la que, por cierto, también bebía Ortega, al cual amistosamente se cita en "Ciencia y Humanismo"- es la base de este endeble edificio que, entre sus intrincadas palabras, enmascara el más ridículo misticismo.

8. La novela de España, Javier Varela

Divertidísima revisión crítica de la intelectualidad española desde la Literatura del Desastre hasta la Transición. Momento en el que, se asume, ya desaparece la figura del intelectual. Krausistas, noventayochistas, institucionistas, el amigo Ortega, Menéndez Pelayo, las lumbreras del nacionalcatolicismo, Américo Castro y Sánchez Albornoz fosilizados en sus estériles pesquisas... pasen y vean el ruedo ibérico.

El protagonista es, ante todo, ese "problema de España" -de ahí el título-, en torno al cual giró onanísticamente la tarea de nuestra castiza intelectualidad, rompiéndose cráneos y arrojándose en cunetas por un quítame allá esas Covadongas. Unos salen mejor parados que otros, pero es una interesante y -ejem- "necesaria" revisión crítica de la tarea del intelectual.

El problema, tal vez, es que entre tanta anécdota se pierde de vista parte del pensamiento de los diversos intelectuales apaleados en esta obra. Pero es que escenas como Joaquín Costa en el Congreso, rodeado de cuatro navajeros aragoneses vestidos con traje regional amenazando con rajar al que no escuche, son impagables. Amén.

9. En el borde del mundo, Juan Guzmán Tapia


10. La razón y la sombra, Antonio Elorza

Biografía crítica de Ortega y Gasset; muy completa, nada servil -raro entre la adulación inmisericorde a que se somete al Filósofo Español-, explora bastante bien sus contradicciones políticas, que no son pocas, y sus repetidos fracasos públicos como origen de su deriva elitista.

Sin embargo, la pregunta queda en el aire: ¿y a quién demontres le interesa leer sobre Ortega y Gasset a no ser que se vea forzado a ello?


11. Postwar, Tony Judt

Monumento de libro, subtitulado "Una historia de Europa desde 1945". Abarca la historia desde el armisticio alemán hasta prácticamente nuestros días, e incluye toda Europa, de Lisboa a Minsk. Bien escrito, buscando las tendencias comunes sin olvidar el detalle, algunas décadas -50s y 60s- resultan más logradas que otras -70s y 80s. Además, no hace una historia sólo política, sino también cultural -un inmenso acierto-, incluyendo los debates intelectuales del momento y su plasmación en la cultura "de masas". Políticamente, Judt hace una defensa convincente de la socialdemocracia europea, que aunque no comparto, es lo suficientemente crítica y honesta como para hacerla respetable.

En el excelente epílogo, se plantea la tan traída cuestión de la memoria histórica:

"The first post-war Europe was built upon deliberate mis-memory -upon forgetting as a way of life. Since 1989, Europe has been constructed instead upon a compensatory surplus of memory: institutionalised public remembering as the very foundation of collective identity. The first could not endure -but nor will the second. Some measure of neglect and even forgetting is the necessary condition for civic health.

To say this is not to advocate amnesia. A nation has first to remember something before it can begin to forget it. Until the French remembered Vichy as it was -and not as they had chosen to misremember it- they could not put it aside and move on. The same is true of Poles in their convolluted recollection of the Jews who once lived in their midst. The same will be true of Spain, too, which for twenty years following its transition to democracy drew a tacit veil accross the painful memory of the Civil War.

[...]

The instrument of recall in all such cases was not memory itself. It was history, in both its meanings: as the passage of time and as the professional study of the past.

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Como puede verse, este medio año ha sido bastante menos rico en lecturas que el anterior; sobre todo, el consumo de literatura en la dieta ha sido reducido prácticamente a cero -con pequeñas dosis ocasionales, como el yonqui que se adapta a la abstinencia con metadona. El motivo, aparte de la pérdida de fe y gusto en la ficción -pero, al fin y al cabo, ¿qué no es ficción?-, puede cifrarse en el tamaño de los mamotretos -especialmente "Postwar"- y en un insano aumento de literatura efímera -periódicos y revistas- o directamente de "baja literatura" -cómics que no alcanzan el estatus de "novela gráfica"- y cine. Como un mes alternando comidas en el McDonalds y una dieta vegana: todo el mundo debería probarlo al menos una vez para sentirse vivo.

sábado, 22 de mayo de 2010

En un puño

-Y por eso, querido amigo, sostengo y sostendré que un pesimista es sólo un optimista bien informado.


Apoyado contra los barrotes de la ventana, el Marqués robaba con delectación los preciosos rayos de sol que osaban aventurarse hasta aquella hedionda celda.


-P… p… p…ero… hoy es mi cumpleaños… -protestó débilmente el Vizconde.


El Marqués se encogió de hombros, sacó del bolsillo una cajita de rapé y aspiró, sonriendo indolente al sol. El Vizconde, confuso, se reclinó en el jergón, rascando furiosamente su espalda a la caza de un esquivo parásito. Con un grito triunfal, extrajo a su presa, capturada entre pulgar e índice, y empezó a mordisquearla con desinterés. Fascinado, detuvo la mirada entre los pliegues de su mano, escrutando cada surco, cada canal de su palma…


-¡Ciudadano, que te duermes!

-¿Qué? ¡Ah!

-La historia de la gitana otra vez, ¿eh?

-Sí, sí.

-¡Condenado puerco italiano, como vuelvas a empezar…!


El viejo genovés hizo caso omiso de la lluvia de improperios que empezó a lloverle desde una esquina oscura de la celda. Tomó la delicada mano del joven Vizconde y siguió con un dedo su palma:


-Aprendí un par de cosas cuando estuve embarcado en los mares del Sur, y de los sabios hindúes de Trincomalee…

-¡Hijo de las mil putas! ¡Fantasma! ¿Es que no puede haber un poco de silencio aquí?- lloriqueaba la voz en penumbras. Pero nadie escuchaba: el Marqués silbaba una tonadilla al sol, y el Vizconde y el italiano miraban reconcentrados la mano.

-¡Grandes cosas, ciudadano Vizconde! ¡Te esperan grandes cosas!

-¿Un gran castillo, verdad?

-¡Exacto!

-¡Exactamente como dijo la gitana! Parece increíble que todo pueda estar aquí…

-Pero lo está, ciudadano Vizconde. ¡Una suerte inmejorable, y en tu mano! ¡No la dejes escapar!


Radiante, el Vizconde cerró el puño lentamente, como si guardara algo precioso entre sus dedos.


-¡Y justo es mi cumpleaños! Dime, Malafacha, ¿habrá mujeres?

-¡He contado 57!

-¿Y comida? ¿Habrá comida?

-Pavos trufados, lechones asados, pequeñas fresas y frutas del Trópico y naranjas en verano…

-¡Que no habléis de comida, hostia! –gimió la voz desde la esquina por última vez. Y todos en la celda, como pensativos, volvieron a sus respectivas dedicaciones.


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La campanilla del rancho del mediodía despertó al Vizconde de sus ensoñaciones.

-¡Pssst!

El Vizconde se sobresaltó al descubrir junto a su jergón la cara cadavérica de Pécuchet, el irascible morador de las sombras.


-Oye, ¿hoy es tu cumpleaños, no? Escucha, puedo hacerte un regalo… pero que quede entre tú y yo.


Al fondo se oían los pasos del guardia mandando a los presos a formar en sus celdas, y empezaban a insinuarse los olores de la indescriptible pasta que pronto llenaría sus escudillas y sus estómagos.


-Piden voluntarios para trabajar fuera y a mí me ha tocado. Dan doble ración a los que vayan. Pero, ¡maldita mi suerte! Mira.


Pécuchet se despojó de una venda que cubría su mano derecha, dejando al descubierto una masa sanguinolienta y purulenta.


-Como es tu cumpleaños, he pensado… Sólo te costará medio pan.


Conmovido, el Vizconde no podía creerse tan afortunado.


-¡Gracias, Pécuchet!

-¡Chsss! Sólo entre nosotros, ¿eh? Ahora cuando pasen revista, dirán mi nombre. Das un paso al frente, le acompañas, y yo guardaré tu escudilla hasta que vengas. ¡El pan por adelantado, eh!


Se abrió la puerta metálica y fue como si hubiese saltado un resorte: los cuatro prisioneros se pusieron firmes de un brinco, no osando respirar mientras el guardia, atusándose el espeso bigote, los miraba uno a uno.


-Ciudadano Pécuchet, ¡paso al frente!


El Vizconde dio un paso al frente. El Marqués le miró sorprendido; el genovés quiso decirle algo, pero el joven ya cruzaba el dintel y se unía a una larga cadena de presos camino del exterior.


La puerta metálica se cerró. Desde la esquina llegaba el desagradable sonido de Pécuchet, royendo un mendrugo, dispuesto a matar en defensa de sus dos escudillas.


Se oyó un redoble de tambores en el patio. El Marqués y el italiano corrieron a la ventana a ver a los presos formar en la arena bajo el gran cadalso que rezaba “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. Las paredes del patio de la prisión lucían una flamante decoración: “Déclaration des droits de l’homme et du citoyen”, decía en grandes letras rojas, apenas desteñidas por la lluvia y el sol. Y debajo, apenas visible desde el ventanuco, estaban escritos, al parecer, los nuevos mandamientos. Sobre la puerta de la entrada había un busto de la Diosa Razón.


Y, en el centro, el fantástico invento de Guillotín.

-¡Ha habido un error! ¡Ha habido un tremendo error!


El joven Vizconde se abalanzó contra los guardias, que lo sujetaron. Lloraba y pataleaba. El patetismo de la escena forzó al oficial a acercarse.


-¡Yo no soy quien dicen que soy!

-A mí me da igual. Yo necesito a treinta.

-¡Tengo derecho a un juicio justo! ¡Lo pone en la pared! -exclamaba el Vizconde, señalando con el rostro desencajado.

-A ver, las manos.


Desconcertado, el joven alcanzó, una vez más, sus delicadas palmas.


-Cht cht cht. Muy finas, ciudadano. A la cola con los demás.

-¡Pero…!

-¡A la cola!

-Sí, señor.


Los dos prisioneros se alejaron de la ventana.


-¿Otra vez lo has vuelto a hacer, Pécuchet? -Suspiró el Marqués.


Se oyó un gruñido por toda respuesta.


-¿Y con esta, cuántas condenas son las que esquivas?

-No tengo prisa…

-Y ahora es un Vizconde, nada menos. Felicidades, Vizconde de Pécuchet.

-Bueno, Malafacha, tenías razón en una cosa. Al final todo estaba escrito en su mano.

-También lo estaba en la mía… -rezongó Pécuchet- pero sin querer se me alargó la línea de la vida.


Miró con cariño su mano vendada. Fuera, un carro salía de la prisión, rebosante de cadáveres. Se detuvo en la puerta del patio para dejar lugar a otro cargado de una nueva remesa de material humano. El Marqués volvió al sol, relajado, y exclamó al jergón vacío.


-Y por eso, querido amigo, sostengo y sostendré que un pesimista es y será sólo un optimista bien informado.

viernes, 14 de mayo de 2010

Especuladores, banqueros, conspiraciones...

"La banca" contra "el pueblo", "los mercados" contra "la democracia", "los especuladores" contra "Europa."

En las últimas semanas hemos podido asistir a una progresiva infantilización del discurso, intentado presentarnos lo que está sucediendo en forma de falsos dilemas. Supongo que pensar en términos conspiranoicos facilita las cosas; que ver agravios y personificar en fuerzas hostiles todos los males que nos atañen no hace sino confirmar la actualidad del pensamiento animista. Pero por favor, seamos serios, ¿eh? Esto no es ninguna broma. Así que aquí viene un pequeño resumen demagógico y simplista sobre dos o tres cosas que deberían rumiarse antes de ponerse a soltar los tópicos arriba mentados:

1. Cuando un país entra en déficit, se está endeudando. Cuando un país se endeuda, es porque hay alguien dispuesto a prestarle dinero. Puede ser por buena voluntad, o puede ser por propio interés.

En la vida real, tenemos padres, abuelos, y primos que pueden estar dispuestos a prestarnos el dinero por buena voluntad. En la vida de los Estados, tenemos a Alemania, que es como el primo que pone la billetera, pero que ya se está empezando a cansar de pagar barras libres ajenas -incluyendo la macrofiesta UE MaxiDisco y sus sábados locos de PAC- con la excusa de que perdió una guerra hace 50 años y mejor se estaría callada. Lamentablemente, en ambos casos sus bolsillos -y su buena voluntad- suelen tener ciertos límites.

Luego tenemos a los que prestan por propio interés: en la vida real, bancos e inversores privados. A ellos no les une ninguna afectividad con nosotros, ni tienen ningún deber mientras no firmen un contrato. Simplemente, observan a todos los que se encuentran en la misma situación que nosotros -pobre Estado que desea endeudarse-, y finalmente prestan su dinero a aquél que les ofrece mejores condiciones. Maximizar beneficios es su mantra.

Ahora imaginemos que nosotros, pobre Estado, hemos estado en una mala situación durante mucho tiempo: realmente necesitamos ese dinero, pero llevamos ya tres o cuatro años pidiendo préstamos; como tenemos cada vez menos crédito, nos vemos obligados a ofrecer condiciones cada vez más costosas, porque no somos los únicos en el mercado. En algún momento, las condiciones que ofrecemos son tan, tan ventajosas para nuestro prestamista que se sienta en su mesa, hace cálculos simples y ve que, aunque de aquí a dos años vista heredase de mi tío millonario desconocido hasta ayer y me tocase la lotería, sería incapaz de hacer frente a las obligaciones que he adquirido. Entonces, queridos niños, se dice de mí que soy insolvente.

2. Endeudarse puede ser una inversión. Tal vez queremos acometer un proyecto que nos reportará beneficios pero no contamos con el capital suficiente. Entonces, ofrecemos al que posee el capital una contrapartida -inferior a los beneficios que esperamos adquirir- y acometemos la empresa, que puede tener buena fortuna o adversa, y enriquecernos a los dos o empobrecernos a los dos.

Pero endeudarse puede ser también una cosa que hacemos porque estamos gastando más de lo que ingresamos; es decir, porque estamos disponiendo de lo que no tenemos; es decir, porque estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades. Las contrapartidas que ofrecemos al prestamista no están basadas en una previsible ganancia futura, sino en consumir lo que ya poseemos. Pero lo que ya poseemos se acabará algún día, lamentablemente, lo que significa que no podremos continuar con esta estrategia indefinidamente. En algún momento tendremos que empezar a aumentar nuestros ingresos o, si esto no es posible, reducir nuestros gastos.

3. Ahora hagamos un ejercicio de imaginación. Usted es -Dios no lo quiera- un porcino. Fuma un habano mientras crece la tripa bajo su sombrero de copa en su lujoso rascacielos de la City -famosa cueva de piratas, como todo español de bien sabe. Posee 10 guineas que ha obtenido mediante la plusvalía que ha robado a los niños de su fábrica de carbón en Lancashire, y quiere invertirlas. A quiere usar ese dinero para construir un ferrocarril, y le ofrece intereses de 1 guinea anual durante diez años, momento en que le devolverá además el dinero prestado. B le ofrece el doble, pero dedicará su dinero a pagarse un viaje en las Bahamas, o tal vez para ayudar a las ancianitas, y usted tiene serias dudas sobre su capacidad de cumplir con la palabra dada.

¿Qué haría? ¿Maximizar riesgos y minimizar beneficios? Bueno, parte del problema de la crisis es que muchos créditos acabaron en manos de deudores como B. Entonces, querido porcino, dado que todos hemos aprendido la lección de la burbuja, sería yo quien no le confiaría mi dinero. Viajar a las Bahamas y ayudar a las ancianitas son tareas muy loables y enriquecedoras -a nivel espiritual-, pero mejor si se hacen con el dinero de uno, porque podríamos encontrarnos con la desagradable sorpresa de que los demás no quieran financiar nuestra generosidad.

4. Bueno, ahora sustituyan A por Alemania, B por Grecia, viaje a las Bahamas y ayudar ancianitas por las diversas modalidades de lo que hace un Estado: puede ser necesario, pero no siempre una inversión. Efectivamente, amigos míos, que la cosa es más complicada. Pero que haya agencias de rating, hedge funds, credit-default-swaps y todas esas fabulosas palabras en inglés, no invalida las explicaciones básicas expuestas arriba sobre cómo se financia un Estado y por qué en un momento dado los inversores dejan de comprar su deuda pública o de invertir en sus bolsas.

Me estoy refiriendo, particularmente, a este artículo, un batiburrillo en que se dan bastonazos simplones a los banqueros, causantes de la crisis ellos solitos, of course, se establece una interesante teoría de la conspiración, y se ofrece como receta más de lo mismo -o sea, más déficit-, pero nacionalizando la banca para alocar recursos mejor, en la esperanza de que un crecimiento similar al experimentado en la posguerra seguirá y enjuagará el déficit. Pero eso, amigo Vicenç, no está en el radar ni del más optimista soñador ni para Grecia, ni para España, ni para sociedades progresivamente envejecidas como las europeas que, para colmo, tienen que hacer frente competidores que no existían en la posguerra, de Sao Paulo a Pekín. Porque, simplemente, 2010 no es 1960, y los problemas de nuestra economía no se limitan a la crisis financiera, sino a una notoria falta de competitividad.

Precisamente -y eso es lo que se pasa por alto en el artículo- eso es lo que diferencia a Grecia, Portugal o España de otros países: que no hay recuperación a la vista, estímulo o no estímulo, baje una letra la agencia de rating o la suba. Había otros países con mayores ratios de deuda-PIB: cierto. Pero todos, por un motivo u otro, tenían alguna ventaja comparativa: el Estado italiano o el japonés están mayoritariamente endeudados con sus propios ciudadanos, que no van a salir corriendo en estampida si hay malas noticias; otros países tienen monedas que o bien son divisas de referencia, o bien pueden devaluar para salir de la recesión exportando; otros, en el Atlántico o en el Báltico, adoptaron impresionantes medidas de austeridad fiscal nada más empezar la crisis... pero en nuestros PIGS la deuda pública es mayoritariamente extranjera, tenemos el euro, y nos pusimos a dar tumbos con una goyesca venda en los ojos: unos, con las estadísticas amañadas; otros, cruzándose de brazos y negando al mundo, esperando que todo se solucionaría mágicamente. Ayer, por fin, nuestro Gobierno se rindió a lo evidente.

La solidaridad está muy bien, pero cuesta dinero. Si no hay dinero, no hay solidaridad. Uno puede proclamar muchos derechos en papeles; pero, además, tiene que garantizarlos. ¿Me explico? El Estado de Bienestar es fabuloso, pero ya no podemos tener la tarta completa, porque no somos tan ricos como hace cinco años: ¿queremos médicos o cheques bebé? ¿Universidades o geriátricos? ¿Laboratorios punteros o carreteras que den empleo barato a mucha gente? ¿Mantequilla o cañones? Son dilemas reales, no impuestos por una malvada banca que nos escamotea el dinero. Los recursos son escasos: siempre lo han sido. En el boom podíamos permitirnos ignorarlo. Ahora no.

Lo único que suscribiría es lo referente a la economía sumergida. Pero le daría la vuelta: el alto porcentaje de economía sumergida en España, Grecia o Italia, ¿nos habla sólo de debilidad estatal? ¿No tendrían nuestros Estados que ir entonando algún mea culpa? Al fin y al cabo, si en España, con un 20% de paro, no ha habido disturbios, es porque todo el mundo sabe que aquí no hay un 20% de paro. Para sacarlo a la luz, ¿palo o zanahoria? Por cierto, ¿hemos tenido ya quince años desde la última recesión para hacer esto, no?

5. Concluyamos con la alternativa. La panacea de la regulación bancaria. ¿Qué otro sistema de financiación se propone? ¿Uno "regulado" en que los actores no busquen maximizar su beneficio, sino tareas como "la solidaridad", el "bien común", etc.? El problema que aparecerá inmediatamente es simple: ¿qué significan estas palabras en cada caso concreto? En otras palabras, ¿qué sentido tiene hablar seriamente de "democratizar la economía" o de "someterla a un gobierno"?

Podría significar, en primer lugar, una tecnocracia, en la que prevalecieran los intereses de los Estados sobre la "fría" lógica económica y la "avaricia" individual. Sucede que eso ya existe. Tenemos el FMI, parcialmente independiente pero en que los Estados tienen votos -y, sobre todo, aportan los fondos. Y, en Europa, tenemos el BCE, que es un órgano de teórica independencia pero clara filiación, y tenemos subsidios y tenemos Comisiones Europeas de Competencia, y tenemos Consejos de Ministros en que nuestros Estados se conceden préstamos entre sí. Y si, como para nuestro amigo Vicenç, estas instancias están corrompidas por los malvados banqueros, tendrá que explicarse más claramente qué tipo de alternativa se propone, y como se evitará, a su vez, que estas se sometan a los espurios intereses de la banca -o los suyos propios- y defiendan a capa y espada esos Intereses Superiores que, como ideas de Platón, descendieron un día a este mundo para iluminarnos.

La alternativa, claro es "nacionalizar", sive "democratizar". Si se quiere "democratizar", diría simplemente: ¿para qué? Oigan, es un ideal muy bonito, pero espero que a nadie se le escape la realidad de las democracias modernas como oligarquías electivas, y lo que eso significaría para la asignación eficiente de recursos financieros, que dependería del arbitrario encaje de los intereses políticos del momento. Y no digo esto como descalificación; a Michels y su ley de hierro de la oligarquía me remito. Esto no es una casualidad pasajera ni una conspiración, sino la estrategia óptima para articular los grupos de intereses en sistemas tan amplios y complejos como nuestros Estados-nación; por cierto, problema añadido: aún no existe un Estado-nación mundial, luego la implementación de un "Gobierno Económico Democrático Mundial" descansaría todavía más en elites no electas y se aleja así un poco más en el reino de la Utopía. O la distopía, vaya usted a saber.

domingo, 25 de abril de 2010

Justicia poética / Puro posmodernismo




Cuando uno lleva apenas cinco segundos contemplando Grizzly man (Werner Herzog, 2005), ya sabe que la cosa va a acabar mal. Piensa: "Este hombre es un inconsciente"; piensa: "se la está buscando"; piensa: "Vas a ver, Timoteo, vas a ver."


Porque Grizzly man es la historia de Timothy Treadwell, el hombre que vivió durante 13 veranos con osos grizzlies en la inmensidad de Alaska. Y si están pensando en un rudo superviviente, serio, circunspecto, piensen otra vez: Timothy Treadwell fue un espantajo narcisista, macarra y bobalicón cuyas primeras palabras ante la cámara bastarían para nutrir manuales de oligofrenia durante siglos.





Treadwell en el show de Letterman durante un chiste que pronto no tendría ninguna gracia. Bueno, qué c**o, yo me reí, como toda la sala. Estamos deshumanizados, amigos, y todo es culpa de Darwin.

Tras un duro pasado de drogas y alcohol, Timothy encontró su redención en los animales; en autoproclamarse defensor de unos osos pardos de tres metros de altura y fuerza sobrehumana que, viviendo en un parque nacional, se hallaban más bien poco necesitados de protección. Armado con una tienda de campaña y, posteriormente, con una cámara, pasó 13 veranos viviendo con manadas de osos, familiarizándose con ellos, y divulgando sus experiencias en colegios. Así llegó a acumular casi 100 horas de metraje hasta el día en que, trágicamente, fue devorado por los mismos osos a los que tanto había amado.

Su muerte fue una catástrofe anunciada que no sorprendió ni a sus mejores amigos; hubo una cierta justicia poética en el cumplimiento de esta profecía que todo el mundo vaticinaba a Timothy desde que empezó su obsesión con los osos. El primer milagro, por tanto, es que Treadwell durase la friolera de 13 años tentando a la muerte de la manera más absurda.

Fuera de su evidente y cómica... ehm... excentricidad, lo cierto es que Grizzly man le sirve a Herzog para convertir al mero payaso trágico en algo más interesante; es puro posmodernismo la forma en que convierte unos centenares de vídeos caseros y una celebridad de quince minutos en algo de más calado; como en sus obras de ficción, como Lope de Aguirre o Fitzcarraldo, Timothy Treadwell es un individuo con una personalidad fuerte, un visionario, un demente, pero tiene algo de todos nosotros.




Fitzcarraldo, el prototipo del homo herzoguianus

Primera cuestión: su visión de la realidad. Es en los límites de la misma cuando empezamos a plantearnos realmente su naturaleza. El problema de Treadwell es que llegó a creer que compartía un mismo mundo con los osos; que cabía la comunicación con ellos; que podía ser uno más de la manada. Atribuía a los animales cualidades humanas: honor, lealtad, amistad... Pero en el mundo de los osos todo era más simple: comer o no comer; vivir un año más o morir. En el fondo, como dice el más lúcido de los entrevistados, el piloto de helicóptero que participa en el rescate, Treadwell siempre creyó que estaba tratando con "hombres con disfraz de oso". No es que no viera la Realidad; es que no vio que no compartían la misma realidad, que nunca podría ser un oso. Una distancia parecida separa el mundo mental de Treadwell del nuestro.

Segunda cuestión: el lugar del hombre en la naturaleza. ¿Acaso no es cierto que el ecologismo es un movimiento urbano? Y tiene que ser así por razones evidentes: porque sólo se idealiza lo que se ignora. Como dice uno de los entrevistados -inuit-, en 7.000 años su pueblo aprendió que el oso tiene su lugar y el hombre el suyo, y que el que cruza la frontera es un intruso y acabará mal. Treadwell, en cambio, desafía esta simple sabiduría convencional; es un nuevo Adán, un Santo Tomás trágico. Aparece ante la cámara desolado ante hechos que cuestionan su visión positiva de la naturaleza: los oseznos devorados por machos para poder seguir cortejando a una osa, la muerte del zorro con el que constantemente se identifica.

Tercera cuestión: el hombre ante la cámara. El narcisista que se retira a la naturaleza para protagonizar la película de su vida, de la que será único y exclusivo protagonista. Sus escenas pretendidamente espontáneas, naturales, están en realidad preparadas y ensayadas durante horas, buscando siempre su mejor perfil, el mejor atuendo, la mejor frase; en otras, en cambio, sucede lo inesperado -eso es lo que Herzog valora sobre todo en las tomas, por lo demás bastante cutres, del documentalista amateur.

A partir de escenas que Treadwell probablemente nunca quiso publicar, aparece el Sancho que convive junto al Quijote; el que habla de su soledad, de sus dudas -lo facil que sería "si fuese gay"-; no siempre conviven en paz; el "guerrero amable" que se conmueve por la muerte de un abejorro da lugar rápidamente a un demente rabioso que, en un creciente paroxismo de ira, empieza a insultar a cámara fija a los guardabosques mientras Herzog, con hipócrita moderación, explica:

"Treadwell cruzó aquí una línea que no vamos a cruzar, dirigiendo insultos personales a las personas con las que había convivido durante tantos años..."

De fondo, sin embargo, es perfectamente audible la deliciosa profusión de Fucks, Fuckings, Motherfuckers y la gesticulación con la que Treadwell da rienda suelta a su paranoia. En otras escenas habla enfurecido con "Dios, Alá, o esa cosa hindú que flota" de tú a tú. Porque, evidentemente, si la película era protagonizada por él, toda fuerza ajena era una intrusión; todo humano que se acercase por la zona era automáticamente un peligro: de ahí sus fantasías con los cazadores furtivos, o la interpretación de un mensaje anónimo a todas luces amistoso -"Querido Tim, nos vemos el verano que viene :D" (emoticono incluido)- como una oscura amenaza de misteriosas manos hostiles.


¿Todo humano? No, no todo humano. Treadwell ejercía el liderazgo del delirante. Porque la parte más triste de la película es ver a su corte de los milagros. Sus amigas, mujeres maduritas y solitarias que le admiraban y admiran, que hablan con lágrimas en los ojos del Buen Tim, cuasi un profeta; dos ajados ecolojetas que gestionan su legado, y leen al público algunas de las cartas de odio que se recibieron el día de su muerte:

"La dieta de un oso pardo se compone de una equilibrada mezcla de liberales y democrátas. Sería conveniente soltar algunos en lugares donde abunden, empezando por, no sé, el campus de Berkeley."

Lo que no quita que, pese a todas las pedanterías anteriormente dichas, esta película pueda disfrutarse como una farsa (con el añadido amargo de que todo sea cierto). El propio piloto pone en boca de los plantígrados lo que el espectador está pensando a lo largo del metraje:
"Esos osos son grandes y feroces y están equipados para matarte y devorarte. Y eso es exactamente lo que Treadwell estaba pidiendo. Recibió lo que estaba pidiendo; recibió lo que se merecía, en mi opinión. [...] Pienso que la única razón por la que Treadwell duró tanto es que los osos... probablemente pensaban que algo no andaba bien con él, como que era retrasado mental o algo."
Efectivamente, uno no puede dejar de contemplar fascinado cómo el autoproclamado defensor, "guerrero amable", "samurai", ejecuta con perfecta sangre fría actos de la más escandalosa necedad: dar golpecitos en el hocico a una hembra de oso pardo dos veces su tamaño; bañarse junto a un macho hostil, maravillarse ante un excremento hasta el éxtasis, llegando a hundir su mano con delectación en la materia fecal mientras exclama:
"Oh my gosh! The bear, Miss Chocolate, has left me her poop! It's her crap! It was just in her butt and it's still warm! This is a gift from Miss Chocolate!"

Todo ello está sintetizado con elegancia en ese homenaje/parodia titulado "Los hombres castores". Si no tienen dos horas para disfrutar del documental, aquí está todo sintetizado: la gloria, la tragedia y la enfermedad.


domingo, 18 de abril de 2010

Este no es otro estúpido post sobre el juez Garzón

"En el borde del mundo" es el título de las memorias del juez Juan Guzmán Tapia, también conocido como "Juan sin Miedo" o, más simplemente, "el juez que procesó a Pinochet". Como lectura obligatoria que era, empecé el libro con escaso entusiasmo, temiéndome lo peor; las primeras páginas, con su estilo sentimental y algo relamido, tampoco ayudaron; de todos es sabido que el Derecho es refugio de literatos fracasados, y sólo más raramente la Literatura de juristas hastiados. Sin embargo, hacia la mitad el libro empieza a ganar en complejidad, a plantear ciertas cuestiones con una honestidad poco acostumbrada; cuestiones, por otra parte, que no podrían estar más de actualidad en España.


Nacido en El Salvador, hijo de diplomático, la primera parte de la biografía de Juan Guzmán es la de un arquetipo de cierto tipo de intelectual sudamericano de la época: miembro de una vieja burguesía endogámica en trance de desaparecer, viajero cosmopolita con veleidades artísticas, bohemio ocasional en el París del 68... Cómo acaba en la carrera judicial es cuestión prácticamente de azar: con la omnipotente ayuda de ciertos enchufes, pero sin verdadera vocación, como mero oficio de ganapán.

Empieza a ejercer en provincias en los años del beatificado mártir Allende: años de plomo, de escasez generalizada y con todos los indicadores económicos en caída libre, descritos con la sinceridad de quien puede pronunciarlos sin ser acusado de fascista. Tal vez sea esta la parte más curiosa para el lector europeo, acostumbrado a ensalzar acríticamente la figura de Allende -el golpe, desde luego, no estaba justificado, pero esta primera "transición democrática al socialismo" supuestamente truncada fue un periodo de gran inestabilidad, que no sólo puede achacarse a la voluntad malévola de los Estados Unidos en el exterior y de los saboteadores reaccionarios en el interior.


Con una inflación desbocada (con récords del ¡606%!) reduciendo el poder adquisitivo de los chilenos a ojos vista; con una caída del PIB sin precedentes -del 9% al -5-6% en apenas dos años, la inseguridad, las ocupaciones de tierras, las huelgas, las manifestaciones e incluso la violencia política no se hicieron esperar.

Más allá de que sus políticas económicas fuesen manifiestamente subnormales -y lo pagasen todos los chilenos, no sólo las multinacionales-, la escala del apoyo a Allende no justificaba su radicalidad. Los resultados electorales hablan claro; el Gobierno Allende distaba mucho de una mayoría estable: 36,3% para Allende, 34,9% para Alessandri -democristiano- y 27,8% para Tomic -derecha. Endeble base, salta a la vista, para una transformación social hacia el socialismo.

En otras palabras: lo que no sorprendió fue el golpe, fue su brutalidad. Lo sucedido viene a confirmar que ninguna dictadura se mantiene sólo por las armas; la de Pinochet no fue una excepción. El juez Guzmán Tapia, recién llegado de Francia, estaba entre los que suspiraron de alivio aquél 11 de septiembre, y no fueron pocos. Estaba entre los que sacaron champán escondido y celebraron el golpe, mientras en la radio sonaban marchas militares y Allende lanzaba su último mensaje al vacío antes de su famosa última resistencia en el Palacio de la Moneda.

Las noticias de su muerte llegaron al día siguiente; avergonzados, guardaron el champán. No se había previsto eso: durante las primeras horas del golpe, varios militantes de la UP se entregaron voluntariamente al ejército fiándose de sus promesas de benevolencia, esperando ser depuestos de sus cargos y, como mucho, el exilio. No era lo que la Junta tenía en mente.

La siguiente parte de las memorias es una radiografía certera de lo que lleva a un ciudadano a aceptar una dictadura y sancionar su legitimidad con sus actos. Cuando se restablece el orden en las calles, nadie pregunta por la factura; cuando se restablece el abastecimiento en las tiendas, nadie pregunta dónde quedan los sindicalistas; las denuncias de la prensa extranjera son fácilmente tachadas de "propaganda", ya sea de exiliados resentidos o "agitadores europeos intoxicados por Moscú".

En 1974 Guzmán Tapia es llamado a sustituir a jueces de lo penal: es su primer contacto con la realidad de los desaparecidos. Sin embargo, todavía no está preparado para asumir la escala de lo que está sucediendo: opta por creer que son grupos aislados del ejército, descontrolados. Sin embargo, ha empezado a dudar. En sus círculos, sin embargo, nadie quiere oír hablar del tema; se cambia más o menos educadamente de conversación, la vida sigue. Los casos de desaparecidos son sumariamente despachados, rechazados con un formulario estándar.

Obtiene un ascenso tras autorizar una redada policial contra una destilería ilegal de alcohol -en realidad, la detención y ejecución sin juicio de varios izquierdistas; continúa en su puesto, progresivamente asqueado del servilismo de la Justicia -y de sí mismo-, progresivamente avergonzado de la colaboración que supone su mero silencio.

La tercera parte del libro es una descripción pormenorizada del paso de una Caravana de la Muerte (o del Buen Humor, como eran conocidas entonces) que recorre Chile de Sur a Norte; el principio del caso que acabará por llevarle a Pinochet. Se trata de un comando especial de las Fuerzas Armadas, con órdenes expresas del general de perseguir izquierdistas; para ello se inventan grupos subversivos, formaciones guerrilleras o cualquier otra fantasía que permita justificar la represión. Se señala quién colabora y quién no: porque hay mandos del Ejército que se oponen, protestan o llegan a dimitir; y hay civiles que se prestan.

Cuando se le presenta una demanda el 12 de enero de 1998 a nombre de la secretaria general del PCCh por la desaparición de su marido y otros altos cargos comunistas, nadie espera que prospere. Sin embargo, el juez Guzmán no está dispuesto a dejarla pasar; tras estudiar la ley de Amnistía dictada por el Régimen durante la transición democrática, descubre un hueco: el delito de secuestro no está incluido, y los hechos cometidos encajan en el tipo. Se ha abierto la vía que permitirá el procesamiento.

Se le acusa de reabrir heridas y de poner en peligro la paz civil mientras instruye el sumario y van ascendiendo las responsabilidades en la escala militar; se le somete a un escrutinio rigidísimo por parte del Tribunal Supremo, atento a la más mínima infracción, y se le ataca en gran parte de la prensa. Como al juez Garzón, se le acusa de halagar su narcisismo exponiéndose a la luz pública; con más habilidad que el juez Garzón, sabe no patinar con los procedimientos legales.

Llega el momento de la famosa detención de Pinochet en Londres, solicitada precisamente por Garzón; finalmente, se le permite volver a Chile por razones humanitarias. Recién aterrizado, Pinochet, a la vista de las cámaras, se levanta de la silla de ruedas en que supuestamente estaba postrado y saluda a los dignatarios que acuden a recibirle. Es el momento simbólico que va a desencadenar un creciente cuestionamiento de la inmunidad de que goza como senador vitalicio.

Finalmente, a Pinochet se le retira la inmunidad. Sus abogados pasan a alegar demencia; el Tribunal Supremo declara el sobreseimiento "hasta que se produzca su recuperación completa", en otras palabras, hasta nunca. Y hasta aquí, con este anticlímax, llega la vía jurídica; luego como sabemos, el General moriría en paz; Juan Guzmán Tapia decide acabar el libro con un breve paseo por Villa Grimaldi, el centro de detención por excelencia de la dictadura.

Y ahora se dirá usted, lector, si ha seguido hasta aquí: ¿qué me importa a mí lo de Chile? Pues hagan cuentas.

Los parecidos con el caso español son grandes; también las diferencias. La primera y más notoria, el tiempo: Guzmán Tapia empieza su proceso en 1998, a tan sólo ocho años del final de la dictadura; Garzón, en 2009, casi 35 años después de la dictadura y casi 70 desde la época más brutal del primer franquismo. La mayoría de los delitos ya han prescrito; cierto, hay algunos que no prescriben -de lesa humanidad, genocidio, etc.-, pero la pregunta que cabe hacerse es: ¿queda alguien vivo a quien enjuiciar? Hubiese sido interesante, con todo, ver hasta dónde se llegaba. Y, por supuesto, si el juez Garzón se ha excedido en sus atribuciones, tiene que responder, como todos los demás jueces, por muy loables que fuesen sus fines. Antes de apresurarse a tachar de franquistas a los tribunales, un poco de respeto y lectura crítica no estaría mal.

Sin embargo, me temo que en España la cuestión de cómo tratar con el pasado va a quedar en el aire. Los pasos más fáciles -retirada de símbolos, investigación histórica- ya están siendo tomados, y no sin resistencias. La Historia nunca es material de anticuario; se estudia porque -para que- diga cosas sobre el presente: ahí está el peligro de dejar la recuperación de la "Memoria Histórica" en manos del Estado. Lo deseable sería que la demanda surgiese de la propia sociedad civil, pero lograr una gran narrativa común sobre lo que sucedió entre 1936 y 1975 va a ser casi imposible: y no es sólo cosa de la derecha revisionista y facciosa; el republicanismo kitsch, con sus sabios profesores, sus niños pelados con orejas de soplillo y su buenrollismo antagonizado por el Mal Absoluto personificado en curas viciosos y militares con bigotillo también ha ayudado a banalizar el debate.

sábado, 10 de abril de 2010

Respuesta / Propuesta

(Respuesta a este interesante post)

Héctor,

limitar las funciones del voto a la elección de un programa es limitar su alcance real y dar la espalda a la realidad política (entiendo que lo planteas desde el "deber ser", pero tampoco estoy seguro de que sea un "deber ser" muy acertado).

En un sistema como el español, en que los diputados no cuentan con mandato imperativo y se elige mediante listas cerradas, la responsabilidad ha de ser por fuerza solidaria, y ha de extenderse a toda la lista en que está el individuo responsable. No hay otra que castigar al conjunto por las acciones de sus miembros (especialmente si el partido en cuestión insiste en conservarlos en sus filas). El voto actúa también como mecanismo corrector, y no creo que se deba minusvalorar este papel.

Fías demasiada fe en la justicia y el valor de una sentencia, en mi opinión. Los casos de corrupción no siempre van a poder ser juzgados y condenados ante los tribunales, ya sea por los privilegios parlamentarios, que retrasan el proceso; por nuestro sistema de garantías, al que no queremos renunciar, o simplemente porque lo que el político ha cometido no es delito -al no estar todavía tipificado como tal-, sino percibido como "inmoral" por sus votantes. Recalco lo de "percibido" porque creo que, en los casos de corrupción, tan importante como el delito cometido es la imagen que se transmite: "la mujer del César no sólo tiene que ser honrada, sino parecerlo".

Privar del voto es un mecanismo útil y legítimo para "castigar" lo que el Derecho no puede castigar. En Derecho tenemos la presunción de inocencia; en política, la de culpabilidad, y me parece correcto establecer unos estándares morales más altos para el que nos representa que para nosotros mismos. No por idealismo, sino como pragmatismo, para hacer más efectivo el mecanismo corrector: en democracia los líderes políticos no van a ser más honestos, benevolentes y desinteresados que en dictadura, pero deben temer por la opinión pública. Una ventaja decisiva de un sistema a veces tan ineficiente como la democracia.

Un programa de partido sin un desarrollo político es letra muerta; por eso no estoy de acuerdo en desvincular el Programa -ideal rara vez alcanzable y menos aún leído por el votante, y no digo que sin razón- de aquellos que efectivamente han de llevarlo a cabo, y su actuación. Todo acto de corrupción deja al descubierto un fallo sistémico; de acuerdo. Pero ante la improbabilidad de que cualquier partido con opciones reales de gobernar desarrolle un programa con el fin de ir solucionando estos fallos según vayan emergiendo, la democracia ofrece un atajo al ciudadano, un parche: expulsar al corrupto de su cargo, al margen de la vía penal.

¿Por qué es improbable que los partidos desarrollen programas de obligado cumplimiento y carácter más ideológico o preciso? En primer lugar, sería contrario a sus intereses el atarse las manos de esa manera, y los partidos son -sorpresa- actores racionales que buscan maximizar su beneficio. Pueden equivocarse, qué duda cabe, pero no de una manera tan flagrante sobre cuáles son sus auténticos intereses. Si existiese una amplia demanda ciudadana en ese sentido, tal vez... Creo, sin embargo, que no costará conceder que no, que no son ese tipo de exigencias las que movilizan al grueso electorado.

En segundo lugar porque, como dice José Luis (y tú mismo admites al ironizar sobre ese "conservadurismo socialdemócrata"), los grandes partidos se mueven en torno al centro político, y, guste o no, los programas coinciden en lo esencial; el voto, por tanto, rara vez es decididamente ideológico, y los matices cobran relevancia; no es insensato un voto pragmático y personalista, ni es tan realista un voto meramente ideológico, desapegado de terrenales pasiones como la afinidad o la apariencia -no sólo física; de honradez, de profesionalidad, de seriedad.

Las democracias europeas de postguerra se han fundado sobre ese "consenso socialdemócrata"; las posiciones apenas se han modificado tras las crisis de los 70, y una vez pasada la breve erupción ideologizadora que supusieron la ofensiva ¿neo?liberal y el experimento de la Tercera Vía: ambos fueron más una retórica que una práctica auténticamente rompedora, dejando claro cuáles eran los límites que no se iban a traspasar. Esta desideologización tiene un sentido histórico claro -evitar la conflictividad política del periodo de entreguerras-, pero tiene difícil vuelta atrás.

Segundo, quiero romper una lanza por el forofismo sin ser malinterpretado. Creo que es un lugar común posmoderno, pero hasta cierto punto acertado, aquello del "homo videns" de Sartori, y creo que a nadie se le habrá escapado que, en prácticamente cualquier democracia occidental actual, el Programa ha sido progresivamente sustituido por la imagen, la Marca (del Líder, de valores difusos o retóricos como el Cambio, etc.). No digo que haya desaparecido; digo que ha pasado a un plano algo más secundario.

Claro que es forofismo el que la prensa de izquierdas llame a no votar al partido de la derecha y a recalcar los escándalos del partido ajeno; el problema (para ellos) es que también funciona al revés, y me remito al sainete de los "100 años de honradez" con que nos deleitaron a principios de los 90. Basta ya también de excepcionalismo cainita; la democracia es también ese forofismo; eso es lo que mueve al votante convencido y hace que el simpatizante se quede en casa el día de las elecciones, y es parte legítima, aunque ruidosa y admisiblemente sucia, del juego político.

La imagen de la democracia como paradigmas en competición es correcta, pero simplificadora, como toda teoría a escala macro; estamos obviando el juego de percepciones, afinidades e identificación que mueve la política diaria y a escala micro. Móvamonos en el "ser"(ya de por sí bastante discutido y discutible), planteando "deber ser" menos ambiciosos; en mi opinión, tu propuesta de ciudadano ideal, tomada al pie de la letra, es algo adanista; la de reideologizar la política, aunque interesante, también tiene riesgos que convendría analizar más cuidadosamente antes de ponerse manos a la obra.

Saludos,